CONSTRUYAMOS PUENTES EN VEZ DE MUROS
A pocos kilómetros de la bahía de Puno; de propiedad de la familia Esteves en la Colonia, hoy territorio peruano, rodeada por las gélidas aguas del Titicaca, santuario de la cultura de Tiahuanaco y prisión política colonial, cercada por un hotel de capitales privados (los pobladores de la zona no ingresan sino con su documento de identidad) con el rio Willy, cautivo a su diestra, la isla Esteves albergó hace unos días a los presidentes de Perú y Bolivia, acompañados de sus respectivos gabinetes.
36 puntos fueron aprobados en nueve acuerdos. Los numerales 32 y 33, aparentemente no acordados con anterioridad, aunque no destacan el tema de la soberanía, son sin duda una victoria (después de largos años) para la diplomacia boliviana.
“La República del Perú mantiene su más amplio espíritu de solidaridad y comprensión en relación a la situación de mediterraneidad que afecta a Bolivia. En ese contexto, los mandatarios reafirmaron la significación de las normas del Derecho Internacional y de los principios consagrados en la Carta de las Naciones Unidas, en particular, el rechazo a la amenaza o al uso de la fuerza y la solución pacífica de controversias. El Presidente del Perú expresó sus fervientes votos para que pueda alcanzarse una solución satisfactoria a la referida situación de mediterraneidad”, es una transcripción casi equivalente a la declaración del presidente Fernando Belaunde en marzo de 1981, tan reflexivamente congregada por Ricardo Aguilar, periodista de La Razón, hace unos días (Animal Político del 12 de julio).
Pocas veces en la historia de las relaciones entre ambos países, Perú ha suscrito una declaración conjunta de esa magnitud y relevancia. El gesto ha demorado mucho más tiempo del que Bolivia esperaba (es el ultimo año de gobierno del presidente Ollanta Humala), pero sin duda es un sobresaliente acierto de la misión encabezada por el embajador Gustavo Rodríguez y su tarea en el palacio Torre Tagle. Lima ha mantenido en el último siglo una mirada muy conservadora en cuanto a las relaciones con Bolivia y no ha tenido una señal amistosa ni un acercamiento de esa trascendencia desde la administración del presidente Jaime Paz Zamora, por eso la Declaración de Isla Esteves del primer gabinete binacional es valiosa y sobresaliente.
Es conocido el viejo “muro de hierro” entre ambas cancillerías, las “mutuas rivalidades” y los “odios recíprocos” con conjeturas que aseguran un “cierto menosprecio de superioridad” por parte de Perú en el imaginario colectivo de ambas naciones. (Óscar Vidarte, 2014) Algo parecido le ha sucedido a Ecuador, pero la consideración peruana con Quito se ha multiplicado luego del tropiezo del Alto Cenepa (conflicto armado entre Perú y Ecuador que duró casi un mes, entre el 26 de enero y el 28 de febrero de 1995).
El asunto le ha originado al presidente Huamala más de un sobresalto. Editorialistas en su país han señalado que su actuación fue “deplorable” y reportes periodísticos peruanos aludieron negativamente al encuentro binacional. La reacción por parte de los legisladores chilenos acrecentó aún más el tema, considerando a la gestión como a una intromisión indebida e inamistosa de Perú en la materia. Horas después de la firma, Lima se ha visto obligada a un aterrizaje forzoso, rectificando su postura hacia el ámbito “neutral” y expresando “que el tema de la salida al mar boliviana es un ‘asunto bilateral’”, y que, además, “el Perú solamente intervendrá en la medida en que tenga que recordar sus derechos al amparo del Tratado de 1929”.
El embajador Carlos Mesa ha escrito al respecto “Otra vez las aguas están claras con Perú”; sin embargo, en la declaración conjunta no hay una sola mención seria al anhelo boliviano del Corredor Bioceánico Central. “El Perú realizará estudios que permitan evaluar su viabilidad”. Y es llamativo que Lima resalte la importancia de que “culminen, en el más breve plazo posible (el asunto está pendiente desde 1992) los trámites necesarios para la aprobación y ratificación del Protocolo Complementario y Ampliatorio a los Convenios de Ilo”.
La agenda con Perú debe ir más allá de las “buenas intenciones”, para ingresar en un terreno mas fértil, provechoso y recíproco para ambos pueblos. El acercamiento con Lima tiene pocas opciones diplomáticas, intelectuales o políticas. Sin duda hay sentimientos de antipatía colectiva hacia Bolivia, arraigados en el común imaginario peruano que no han sido posibles de disolver con el pasar del tiempo (Alejandro Deustua, 2004).
Pese a eso, el punto 4 de la declaración conjunta indica que “Las uniones periódicas de los gabinetes binacionales constituirán la más alta instancia de diálogo político bilateral para reforzar el entendimiento, la coordinación, la cooperación y la complementariedad entre ambos países”. El propio presidente Huamala ha llamado a nuestro Jefe de Estado “compatriota”, y sus declaraciones han ido mucho mas allá al expresar: “Yo sueño con la reunificación de Perú y Bolivia, anhelo que en algún momento esa línea fronteriza desaparezca y volvamos a ser una misma nación, un solo país”.
Es hora de tomarle la palabra. Inspirados en el Comité Spaak (de Paul-Henri Spaak, Primer Ministro belga, impulsor de la integración europea) y en los tratados de Roma en 1957 que promovieron la Unión Europea, distantes de la valiosa pero longeva CAN (Comunidad Andina de Naciones), Perú y Bolivia deben transitar el camino de su propia integración bilateral. Debemos empeñarnos en hacerle saber al pueblo peruano que somos una nación gemela, ni mayor ni menor. Que nuestras patrias son hermanas histórica, étnica y culturalmente. Así lo ha manifestado el presidente Humala en la isla Esteves, y su convocatoria es uno de los caminos más venturosos de emprender.
El gran Estado Perú-Boliviano o Boliviano-Peruano no solo es posible, sino, en este momento, es una necesidad, honda y sentida para ambas naciones. El empeño debe iniciarse tan pronto sea posible.
Para usar una figura retórica: Sin Perú, Bolivia vive parcial y desabrigada. Y sin Bolivia, Perú permanecerá inconcluso y distante. Podemos comenzar esta cultura memoriosa con la inmediata construcción de carretera internacional Tacna-Collpa-La Paz, (345 kilómetros) que libraría a los exportadores bolivianos de la obligatoria y maltrecha ruta 11CH (484 kilómetros), tan llena de zanjas e interminables hileras de camiones. Nuestros transportistas, que reciben aun su carga en Arica, podrían recorrer el corto tramo hacia Tacna en menos de media hora, hasta que el proyecto del puerto Almirante Grau (la salida futura y natural del comercio boliviano) se termine de concluir.
En las ultimas horas en un intento por entusiasmar a su Santidad, el senado chileno ha terminado de aprobar por mayoría un proyecto de acuerdo que apoya la iniciativa del ejecutivo de “iniciar el dialogo” con Bolivia en un febril empeño de
respaldar las recomendaciones del Vaticano. Un evento extraordinariamente inédito que permitiría suponer que la cancillería chilena necesitaría, a partir del presente, de las recomendaciones parlamentarias para dialogar con Bolivia.
Santiago por medio de sus emisarios, los ex – presidentes; nos ha hecho saber antes de las insinuaciones de la Santa Sede, que para llegar a un acuerdo, tenemos que preguntarle primero a Perú, en una tacita aceptación del fallo favorable a Bolivia en La Haya. Chile ha agotado ya todos sus recursos por medio del envío de estos perspicaces mensajes y ha preferido hacerse el desentendido en un intento de abstraerse (por ahora) de la necesidad de negociar con Bolivia sin la anuencia del Perú.
La logística diplomática boliviana debería pasar indefectiblemente por la integración Perú – Boliviana o Boliviano – Peruana. La aspiración de ambos mandatarios situará a ambos países en ventaja en cuanto a sus vecinos, en igualdad de condiciones a Bolivia “tierra inocente y hermosa”, e inmediatamente pondrá a Chile en jaque. Y con el metódico y vigoroso avance de las negociaciones (incluso antes del fallo de La Haya) este empeño binacional podría concluir en un inapelable jaque mate