Este año, los paceños celebramos los 100 años de
las “Flaviadas”. Estos convites sin
invitación previa que Don Flavio Machicado Viscarra celebrara todos los sábados
desde 1916 hasta su muerte y que sus hijos y nietos continúan celebrando hasta
hoy ininterrumpidamente. La cita era obligatoria y sagrada cuando de niño, de la mano de mi madre y un poco a la fuerza, era conducido a su
casa, una pequeña puertecita en la
Avenida Ecuador 2448, cerca de las 3 de la tarde.
Don Flavio era un caballero de ojos clarísimos como mi abuela, nariz aguileña, voz tersa y suave y modales de monarca. Nunca le vi sin corbata (de las de moño en el cuello, bow tie en sus palabras) ni chaleco y tampoco sin un bastón de ébano negro con incrustaciones de plata y marfil en el que se apoyaba con un donaire y una elegancia digna de un sultán.
Las primeras visitas que el solía recibir
junto a su esposa Doña Cristina Saravia Noriega una dulce y bondadosa dama que
lo acompaño desde 1931 hasta el día de
su prematura desaparición en 1972, solían
ser sus socios Vicente Mendoza Lopez y Gerardo Sarmiento y algunos de los mas
cercanos amigos Walter Montenegro, Mario Estenssoro o Raul Barragán y los
numerosos miembros de la familia.
Después de un chocolate de sabor incomparable y
unas galletas que doña Cristina preparaba (con te caliente) para todos los
visitantes, los niños éramos alejados del gran comedor hasta los jardines de la
casona que limita con la calle Andrés Muñoz donde un par de “Land Rover´s”
verde y camel, abiertos como todas las instalaciones de la residencia nos
encaminaban imaginariamente a
turbulentas aventuras por los predios misteriosos de “Comanche” el campo
y el solar de su familia.
Al atardecer, nos convocaban a la enorme sala de
música. Su techo, especialmente construido como una bóveda no visible a la
usanza de las catedrales medievales repetía el sonido de 4 grandes altavoces estratégicamente ubicados
en el paraninfo. De frente cuatro grandes vitrales de Beethoven y Wagner y dos
chimeneas, sobre una de las cuales aun
permanece el retrato de doña Cristina y un busto de Mozart. A lado de los ventanales, el equipo de música (en ese tiempo de calidad irrepetible) un
centenario estabilizador de electricidad que aun funciona y su querido sillón
de cuero negro cubierto con una badana de oveja que es tan octogenario como las
audiciones. A su izquierda una pequeña lamparilla de color verde que era la
única luz que permanecía encendida luego, durante el recital, en todo el auditorio. Desde ese pequeño
sitial y mientras los niños éramos acomodados al final del perímetro, casi como
en un tabernáculo, el solía ensayar el sistema de alta fidelidad con uno que
otro surco de vinilo hasta dejar el ambiente a su completa satisfacción y
armonía.
La música sonaba como en las bóvedas del olimpo, intensa
y seductora. El, de pie, con las manos en alto como un director de orquesta
marcaba los compases con un oficio y un garbo que a cualquier conductor de
una filarmónica le hubiera gustado atesorar. De tanto escucharla y estudiarla,
sabia la música de memoria, en su regla, medida y justa cadencia y sus brazos
volátiles convocaban sin duda el resplandor de los espíritus Apolíneo y
Dionisiaco. Al concluir la breve prueba
y hasta que llegasen los parroquianos, solía acercarse a los mas pequeños. En
esa época los niños éramos de mármol, quietos y silenciosos a riesgo de ser
desaforados de inmediato por Doña Cristina, solo con la mas pequeña seña de Don
Flavio.
¿Les gusta la música?
preguntaba. Como todos hacíamos una señal afirmativa el solía decir:
“Escucha la música para encontrarte a ti mismo, a tu alma. La materia de la
música es el espíritu, inclusive la mas desasosegada, ella ilumina el territorio de las sombras, no
lo olviden.” “La música tiene para mí los encantos más sublimes, capaces de
hacerme olvidar todas las pequeñeces de este pobre y miserable mundo”.
Poco a poco el salón se llenaba de gente. Los
oyentes tenían (hasta el día de hoy) la puerta de la casa abierta. Podían acercarse, sentarse, permanecer de
pie, o acomodarse a su antojo, inclusive en las escaleras. Nunca nadie resguardo o supervisó su presencia.
Y así como entraban, salían de la residencia encantados las mas de las veces.
En esos viejos sillones supe y vi que se acomodaron azorados, los mas insignes ciudadanos de la ultima época republicana, todos cercanos a Don Flavio y a los que solía recibir en persona con un encanto
y una finura incomparables.
Eran habitués de
la casa Mario Estessoro; Walter
Montenegro, Arturo Borda, el muy respetable Roberto Auchen Homsi, Guillermo Viscarra Fabre, Rolando Costa Arduz,
Alfredo La Placa, Marcelo Quiroga Santa Cruz,
Humberto Viscarra Monje, Sarah Ismael, Mario D. Ríos Gastelu, Raul
Barragán, Alfredo Alexander, German
Aspiazu, Margot Bellot, Fernando Diez de Medina, Julio de la Vega, el
inolvidable Jorge Catalano, Raul Barragán, Mario Castro, Hascar Cajias Kauffman, Jose de Mesa, Teresa
Guisbert, María Teresa Rivera, Alberto Villapando, alguna vez Guillermo Lora.
Julia Elena Fortun, Mario Rolon Anaya, Lita y Beatriz House, Teresa Alexander. Mariano Baptista. Alfonso Gumucio, Raul Botello, Carlos Medinaceli, Jorge Carrasco y Elena Janhsen, Armando Soriano Badani. El maestro Arturo
Borda, Walter Solon, el gran maestro Cecilio Guzmán de Rojas, Guillermo Morris.
Luis Ramiro Beltrán, Antonio Paredes Candia, Baltasar Rodo, Luis Nardin Rivas, María Josefa “Pepa” Saavedra, el
maestro pintor, escultor, ceramista y alfarero Jorge Medina Medina, Ted Córdova
Claure, Julio Iturri Nuñez del Prado, Oscar Cerruto, Guillermo
Francovich, Guido Villagómez Loma,
Alfonso Prudencio Claure, Arturo Orías, Jaime Martínez, Roberto Prudencio,
Carlos Ponce Sanjinés entre muchísimos otros. A cuanto visitante se le ocurriera ir, de cualquier condición social o económica, Don Flavio lo recibía
cariñosamente y lo invitaba a tomar asiento en su sala, simple y gratuitamente.
El programa se iniciaba hasta donde alcanza mi
memoria siempre con un concierto o con un segmento de los conciertos
Brandemburgueses de Bach y concluía muy entrada la noche. Los muy jóvenes
éramos retirados discretamente a una hora conveniente.
Con los años deje de situarme en el hall contiguo y con
prudencia a ocupar uno de los sillones horizontales dispuestos para los
concurrentes. Al llegar a la casa mas temprano, empecé a oír con los otros
muchachos, entre primos Machicados, Contreras, Saravias e invitados, parte de sus interminables historias. Escucharlo era semejante a oír a un enciclopedia viviente.
Supimos de su boca que su padre Flavio Machicado Silva
fue el secretario privado de Daza durante la campaña de la guerra del pacifico y que en sus
propiedades se embotellaba “El agua mas pura del mundo” una pequeña botella de
agua mineral de sabor paradisíaco que llevaba el membrete de “Celestia”, y que provenía
de una concesión minera familiar de nombre Malachuama, de la que aun guardaba algunos frascos. Recorrer su biblioteca de alrededor de 30 mil títulos y ver una gigantesca hemeroteca
de cerca de 60 mil ejemplares. Lo guardaba todo, con una vocación de archivero
de la cultura que no conocí nunca en nadie mas. 80 mil libros, folletos,
fotografías, periódicos, revistas,
afiches, grabaciones magnetofónicas inéditas, discos por cientos de miles,
recortes, tomos, textos y manuales por miles, cuidadosamente guardados y
protegidos. Nadie mas que él sabia el orden de las cosas, ni su propia esposa.
Ya mas jóvenes nos enseño algunas de sus verdaderas
joyas que aun se preservan: La increíble
obra completa de Fray Jesús de Viscarra Fabre, fruto de su cercanía y parentesco con el patricio don Humberto Vásquez Machicado hasta su temprana muerte en
1958. La serie de primeras grabaciones
del festival de Prades, en la villa de Ria donde su amigo el cellista Pablo
Casals había creado en agosto, un festival de música al que el muchas veces
había asistido en la abadía de Saint - Michel de Cuixa. Conservaba también
cuidadosamente decenas de cartas del propio Casals, cuyo verdadero nombre era Pau Carles Salvador Casals, cuyas fotografías, entrevistas y notas de prensa que el mismo
Casals había hecho (en ingles) a Don Flavio, él atesoraba con enorme devoción.
Sus diplomas en Ciencias económicas de la
Universidad de Harvard. La nota de Don Walter Montenegro que decía
"La topografía de La Paz hace que, para llegar hasta el escenario de las
Flaviadas, en Sopocachi, haya que ascender desde la calle por un sendero y
muchos escalones de piedra, como buscando en la montaña, la gruta secreta en
que se oficia el rito sabatino del propicio culto de la música. Un permanente y
generoso servicio a la cultura, por el que esta ciudad tiene con don Flavio
Machicado Viscarra, una deuda difícil de pagar".
Nos enseñó también las fotografías de la visita de
Leonard Bernstein con una numerosa delegación de la Filarmónica de New
York y de Howard Mitchel en su propia
casa, durante una de las flaviadas en 1951. El primer numero de la Revista
“Amauta” de José Carlos Mariátegui, y los discos con discursos de Juan
Lechín Oquendo. Los textos de Jaime Saenz sobre su casa, una fotografía de mi madre, egresada del conservatorio Juilliard, de la primavera de 1925 en Cochabamba.
La adultez plagada de obligaciones
académicas, nos impidió seguir visitando a Don Flavio con la asiduidad de
siempre.
Muchas veces fuimos invitados a su casa en
Comanche, una de ellas con el privilegio de ver florecida a otra de sus joyas
mas preciadas. La reina de los andes, la Puya Raimondi a los pies de la
cantera. Un dinosaurio de la botánica, un enorme cactus que vive en rodales de
hasta 12 metros de altura y que florece una vez cada 35 años (los comunarios
decían cada 100) en racimos de ocho mil flores repletas de picaflores, en el
corazón del “Santuario de Vida Silvestre Flavio Machicado Viscarra”. Luego de su
floración de cuatro meses, la planta se
auto inmola hasta secarse y carbonizarse a si misma. Parte de esa “ceniza
vital” calcinada era conservada amorosamente por mi madre en la casa
solariega de hierro forjado de “El Prado” de mis abuelos hasta
fines del siglo pasado.
Hoy gracias a la tenacidad de su hijo Eduardo y de
sus nietos Cristina y Eduardo junto a otros esplendidos colaboradores (Rosario Murillo Romero, Enzo Ochoa, Vivianne Asturizaga,
Isabel Vega Mareño, Silvana Baltz, Juan Gabriel Estellano, Pablo Paniagua,
Guely Morató, Miguel Elío, entre otros) la “Fundación Flavio Machicado
Viscarra” celebra este año el centenario de las Flaviadas, una celebración a la
que todos los paceños y no paceños deberemos adjuntarnos como parte del intangible
patrimonio cultural boliviano.
En una de mis ultimas visitas antes de su muerte, lo encontré con Don Jorge Canelas Sáenz y una dama japonesa como el
primer asistente a las habituales “Flaviadas” y ahí Don Flavio le decía:
"La música es siempre la misma maravilla para mí. Eso no
puede cambiar. La música está por encima de cualquier contingencia. ¿Usted sabe
que yo tengo 85 años? No habría llegado a tan viejo sin la música. Es el
regalo, el don de Dios.
A la música le debo la vida, mi salud. Yo escucho
música todo el tiempo, aun sin oiría. Es la armonía de la naturaleza, es la
armonía del Universo, es la armonía de Dios. Hasta en el ruido que se produce
al partir una piedra -allí en Comanche, las canteras de la familia- escucho
música. No habría podido vivir ahora sin ella…”
Ninguno de nosotros Don Flavio, ninguno
de nosotros.