sábado, 22 de abril de 2017

Homenaje al Maestro Jorge Medina Medina



No tuve el privilegio de conocer personalmente a Don Jorge o que el me reconociera en la multitud de jóvenes que siempre lo acompañaron. Nunca hable solo con el, siempre lo escuche hablar… de los textiles, de Paramahansa Yogananda, del oleo, del destierro, de la arcilla y del acrílico o el resultado del partido de fútbol del domingo del tigre de sus amores. Nunca fui visible para el. El Siempre tuvo la razón. Yo nunca se la di.  Nunca pude.

De gran tamaño, enormes manos siempre de traje, corbata, chaleco y bastón, monumentales anteojos, barba tupida, temperamental, multifacético, pintor, ceramista, escultor,  ingeniero, alfarero, pensador y poeta al mismo tiempo,  tuve la suerte de verlo mientras nos acompañaba en las “Flaviadas” en la nochecita de algún sábado, o en alguna galería a la que yo acudía  infiltrado de la mano de mi abuelo, donde otro artista plástico exponía su obra. Su opinión sobre la obra de sus pares siempre fue generosa y sincera al punto de dejar a mas de uno enmudecido por sus veredictos. Gran orador, lleno de expresiones académicas, solía hablar para cuantos quisieren escucharle por un largo rato frente a un cuadro o a un escultura, con pasión respeto y disciplina.

No sé si sería ese aire galante y perfumado, desprovisto de arrogancia consciente, lo que le permitía entrar tan fácilmente en el corazón de las personas. El “Tata”(como le llamaban sus discípulos) era capaz de recordar con extraordinaria precisión cada pequeña anécdota de su niñez y juventud, les otorgaba un encanto tan literario y peculiar, que cuando las relataba, sin importar si la historia se desarrollaba en Tiahuanaco, en la Plaza Belzu, o en un pueblito de España que a veces sólo él sabía que existía. Tenia el talento de transportarnos allí con los prodigiosos recursos del capote de su alma, llevándonos suavemente, a través de las páginas de sus románticos esmaltes y engobes, entrelazados finamente, como la novela de su propia vida, en la que sus oyentes, debíamos simplemente rendirnos ante su evidencia.

Muy joven tuve el privilegio de leerlo en “Presencia”  en “Ultima Hora” y alguna vez en “Opinion” Columnas atemporales que si alguno de nosotros revisa hoy, nunca estarían fuera de la actualidad del mundo y la nación.  En otro país, menos inclemente quizás hubiera sido un Picaso, un Dali o un Mondarian, un gran maestro boliviano tozudamente necio y vanguardista, de una esencia, una bandera de lucha y una fraternidad incomparables.

Supe por amigos y familiares comunes de su enorme hospitalidad para recibir a cuanto visitante pasare por su puerta o su vida, de su militancia incorruptible, de su amistad con el comandante Ernesto Che Guevara, con Violeta Parra, con Regies Debray. con Matilde Casazola,  con Alfredo Domínguez, con Lorgio Vaca, Gustavo Lara, Walter Solón,  Jenny Cárdenas,  Coco Manto,  Marcelo Quiroga Santa Cruz, Carlos Palenque, Pepe Ballón y con cientos de artistas e intelectuales bolivianos y extranjeros que exceden esta memoria,  de su pasión por la mecánica, el tango y la música boliviana y mucho, mucho tiempo después, luego de admirar cuidadosamente su colección de tejidos y artesanías andinas, de su interminable sabiduría cósmica expresada en su alfarería mística o en los tejidos mágicos e invaluables, que reunía con tanta devoción.
Entre nosotros nunca hubo palabras, no hacían falta, aunque el me las pidiera para esta ocasión, como si yo supiera qué decir sobre su tarea inclasificable colmada de potencia expresiva en palliris, madres e hilanderas e interminables retratos de la niña de sus ojos, su hija Emanuelle, que este evento nos permite compartir a todos en estos días, con el objeto de que su obra y su grandeza se mantengan vivas.
El “Tata” nunca aceptó las veleidades de este mundo, pero se entremezclo con todas. Tenía la capacidad de abrirse, ampliarse, de no saber, de hacer un espacio, renovarse y crear algo nuevo. De atreverse a desarmar. A destruir para construir sin miedo. A entregarse. A ser un receptor, a dejar que aparezca y captar lo vivo. 
Honesto, auténtico y apasionado. Frontal y jugado al extremo en lucha permanente por sus ideales. Interminable lector, poeta y melomano, con su obra develó símbolos no particularmente profanos como escribiría Man Cesped al que seguramente conoció en su juventud, sino sacros, y consagrados, aun ininteligibles para casi todos nosotros hasta que su obra sea completamente descifrada y estudiada por los especialistas pero bienaventurados sin el menor atisbo de duda. Símbolos sagrados que están llenos de significado espiritual.

Es ahora, cuando más extraño a ese gentil caballero al que nunca le dirigí la palabra. No tuve la ocasión. Lo miraba desde lejos con esa especie de pudor reverencial que, a veces, te provoca la gente a la que admiras.   
El “Tata”  parecía no temerle a la vida, aunque esta, a veces, pareciera abrumarlo. El exilio, la prisión, los reveses y las decepciones, sin embargo, no lograron frenar su determinación, su inalienable militancia, su deseo de llevar a la práctica lo que el creía, con espíritu generoso, solidario y sensible. Andando por los caminos de la vida emponchado, con un señorío que lo pintó siempre de cuerpo entero. Y aunque en el mundo de hoy, escasean cada vez más los “Quijotes”, la hidalguía del Maestro Jorge Medina Medina, causó tan honda impresión en mí y en sus discípulos que nos resultaría imposible hoy concebir el honor, el decoro, el amor, la dignidad, la entereza y la vida misma de otra manera.

No sé si todavía lo oigo en medio de este encuentro internacional de alfareros donde hoy se honra su memoria, con esa misma cadencia de tangos, huayños y boleros que fueron fundiendo su alma, en la confitería “Elys” , en su casa de la plaza Belzu, o en su luminoso taller en Amor de Dios que conocí muchos años después de su desaparición.     
Hoy, como en aquellas reuniones soleadas a las que nunca asistí, vuelvo a encontrarme con Don Jorge Medina y Medina, con su recuerdo y doy gracias a Dios por la gracia de poder compartir con ustedes estas palabras.
Un enorme agradecimiento a todos los artistas por enviar sus trabajos y acudir a ver su obra para acompañarnos este día a honrar su memoria.     
Que les conste que era uno de los nuestros, uno de los mas imprescindibles. Nos queda y nos quedará su trabajo, su genio, su cerámica mística. Con su ausencia, se nos ha echado encima parte  del invierno.  Aun siguen en la ciudad las plazas desabrigadas que deberían exhibir sus esculturas, las paredes blancas que debieron llevar sus murales, los caminos vacíos y los árboles inexpresivos.
“Los arboles escribiría son lámparas visibles que palpitan en el corazón donde habitamos”
Supo el “Tata” una vez que tenía abiertas las puertas del cielo. Las tuvo porque en sus pinturas, su química secreta, en su alfareria, sus guerreros eran ángeles. Fueron su pasaporte. No se equivocó. Su bandera y su camino por su mundo espiritual que se asemeja cada vez más a su visión de luz, bondad y amor en medio del desolado campo de batalla de la  vida, aun nos convoca a seguir por su propia senda

Maestro, ahora le digo adiós, antes nunca me atreví. Su generosa sonrisa apagaba todos los adioses.  Espérenos como a todos los jóvenes en mi generación en cualquier café, no se dónde, en cualquier café….
“Tata” . un abrazo,  Maestro, padre, amigo,  Espérenos del otro lado, en la inmensidad amorosa del universo.
Jorge Medina Medina, siempre llevaremos su abrazo en el corazón.  Gracias. Siempre


Museo Tambo Quirquincho, 22 de Abril 2017