domingo, 4 de enero de 2015

Eduardo Aranda Torrelio, un aristrocrata del conocimient


No fue hasta esta mañana que en solitario, con los ojos humedecidos, arrodillado en el dintel de su sepultura, el sector dalias del cementerio Jardín me despedí silenciosamente de el.
Estaba fuera de la ciudad, por esas cosas del fin de año, cuando las redes sociales nos avisaron de su deceso.

Entre sollozos me pregunte porque el mas consagrado medico boliviano, entiendo luego de un accidente menor no pudo ser auxiliado por los tan numerosos especialistas en el ramo que con absoluta certeza habrían sido sus estudiantes.
¿Acaso el cuadro de Don Eduardo fue tan irreversible y definitivo, su deterioro tan rotundo, tan absoluto que al menos un puñado de los mas súper especialistas en Neurocirugía de alto vuelo que le rindieron pleitesía en vida, no pudieron ayudarlo?

Entendí que el mismo habría elegido esa forma de pasar al mundo no visible. Luego de ver tanto dolor, tanta pena, tanto desconsuelo, acaso decidió entrar en un sueño profundo para nunca mas salir de el.
Entristecido hasta el desconsuelo, antes de recibir el nuevo año hice una pequeña crónica que transcribo extendida al final de esta nota, ya en la ciudad desde mi escondite de palabras.

Mi relación personal con el profesor Eduardo Aranda Torrelio fue fluida y estuvo llena de frecuentes platicas y a menudo largos conversatorios donde casi siempre abundaron de su parte las reflexiones y amonestaciones mas o menos en serio para conmigo y para los médicos de toda mi generación. Nunca levantó la voz mas allá del tono terso y pulido con el que hablaba.

Éramos diametralmente opuestos. El era un sabio diurno rara vez percibido en su totalidad, con un temperamento y una aptitud para el conocimiento medico inusualmente visto y una sobriedad y sencillez que rayaba en el recato.
Intervino y contribuyó en cuanta causa e institución publica le fue posible con una lucidez que pocas veces a lo largo de mi vida tuve el honor de apreciar. Y yo siempre fui un medico de inclinación privada, mimado por la suerte y la renombrada reputación del nombre y la especialidad como el mismo me solía describir, nocturno y  trasnochador, amante de las artes y las letras.
Pero a pesar de aquello fuimos entrañables amigos. Tal vez unidos por una fuerza superior que ninguno de ambos acabamos por entender nunca o quizás por que el solo fue un extraordinario ser humano lleno de un señorío que hasta hoy aun admiro profundamente y su inclinación por sus queridos estudiantes fue interminable.
Leí hace poco de una de sus estudiantes: Hasta pronto Su Excelencia. Así fue.

Nos encontrábamos a la salida de las centros hospitalarios privados donde ambos visitamos nuestros pacientes, tarde por la noche y el siempre, con gran generosidad, me invitaba a conversar dentro de su vehículo para no pasar frío ni evitar que yo volviera a encender un cigarrillo que hacia desaparecer apenas lo divisaba en el paisaje.
Algunas veces nos acompañaba el Dr. Alcides Aparicio, búho de oficio como yo, pero que al vernos juntos, rápidamente se escurría entre la noche porque sabia que la charla era siempre una tribuna, casi un púlpito, donde Don Eduardo, comentaba con autoridad sus memorias del día o del mes anterior como si él mismo, en un extenso monólogo que me obligara intencionalmente a la permanente invitación a pensar.

En los 30 o mas minutos que conversábamos, el nunca permitió que le pasara un chisme ligero, un rumor cizañero sobre tal o cual paciente o centro de salud y menos aun una novelera habladuría maliciosa y fresca sobre algún colega.
Hasta donde sabemos todos, mantuvo esa prohibición con cuantos amigos se le cruzaron en el camino por mas de 40 años.

Mesurado, prudente hasta circunspecto, su dialogo estaba siempre lleno de gran aplomo y equilibrio, luego de las formalidades sociales en la que fue siempre extremadamente atento, se daba el gusto de acribillarme de comentarios interminables, casi en ráfaga, de cuantas novedades científicas había leído, odio o aprendido en los últimos días, y sin que yo hubiera comprendido totalmente su lección, pasaba a una nueva publicación con la que estaba fascinado tan rápidamente que hasta el mas espabilado oyente quedaba aturdido sin tener el tiempo ni la oportunidad de preguntar algún detalle que hubiere pasado inadvertido.
La tarea consistía luego en revisar hasta donde alcanzaba la memoria sus fuentes bibliográficas.

Jamás le vi perder la compostura o exasperarse por ningún motivo o razón, ni emitir opinión apresurada aun cuando estuviere frente a un paciente extremadamente delicado.
Curiosamente el nunca hablaba de su propia vida personal, algún dato se filtró del colegio Ayacucho donde fue un muy brillante alumno, de su rutilante paso por el hospital Infantil de México, de la interminable lista de amigos, discípulos y colegas que tenia por el mundo.  Si hubo algún medico, especialista de alto nivel, profesor boliviano conocido por el mundo entero, fue sin duda Don Eduardo Aranda Torrelio.

Nunca tuve el privilegio de conocer a su distinguida familia. Creo que muy pocos de nosotros alcanzamos a ese derecho y a ese honor. Pero algún chascarrillo se le filtró sobretodo sobre la niña de sus ojos: Su hija Teresa graduada con honores de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago. La aproximación hacia su vida familiar concluía siempre en la Avenida García Lanza, o en el edificio Jazmín,  donde el solía vivir y hasta donde permitía le acercaremos luego de algún evento a donde el acudía de muy buena manera, rara vez sin su vehículo

Como escribí alguna vez sobre el Maestro Jaime Laredo, creo que el estado, el colegio medico, la Academia Nacional de Medicina, la Facultad de Medicina, la Sociedad de Pediatría y otras cien o mas instituciones a las que el perteneció le deben un homenaje, un tributo o alguna ofrenda que perpetúe su nombre a lo largo del tiempo.
El siempre permanecerá conmigo y con un gran numero de otras personas que lo amaban, durante mucho tiempo.
Un  talento inigualable, cordial, encantador , incomparable amigo
El adiós no es posible “jefe” lo siento mucho,  no podremos dejar atrás su recuerdo. 
Le queda un amigo, siempre presente en mi memoria.

Esta es la cronica que escribí, casi a mano alzada cuando me enteré de su paso al cielo.

Talvez no solo sea la obra de los que amamos lo que los defina totalmente como seres humanos. En el caso presente, quizas su obra sea (aunque gigantesca) lo menos trascendente.
Eduardo Aranda Torrelio se ganó hace mucho entre nosotros el único título que solo le dimos sus discipulos: El de honorabilisimo y monumental gran maestro de la medicina boliviana. Medico de medicos, profesor entre todos sus discipulos Porque todos en algun momento, en alguna circunstancia o en algun lugar, fuimos sus discipulos.

Porque de sus labios solo irradió sabiduría desde que tuvimos el honor de conocerlo hasta quizas el penultimo de sus suspiros.
Porque ninguno de nosotros, aun con vida, se podra considerar fuera de esta clasificacion: Sus queridos "estudiantes"
Y fue tan generoso que ninguno de nosotros, los mas con el cabello nevado, le sacamos cana alguna.

El "jefe" como todos los conociamos siempre se sintió tremendamende orgulloso de todos, aun de algunos de nosotros que el silenciosamente consideraba "poco dignos" de ejercer el oficio.
Y el termino dignidad siempre aludió a la capacidad exclusivamente intelectual de algun colega y nunca a cualquier rasgo genetico, racial, habito, forma de ser, vestir o expresarse de alguno de estudiantes, que le incomodara. Y solo pocos de los que lo conocimos con mas dedicacion y admirabamos su sapiencia caimos en cuenta por una brizna en su tono de voz, o la variacion en alguno de sus ademanes tan religiosamente pausados en su vida y en su practica diaria, de que algo le incomodaba.

Porque este gran señor ejerció, practicó, enseñó y predicó un estilo de vida alumbrando el camino de sus pacientes y colegas por los ultimos 40 años con un amor al projimo, una autoridad y una sapiencia que tal vez imaginamos existia solo en alguna alegoria de los perceptores o en los filósofos de las ciencias o de las artes, con un señorio pocas veces visto.
Miembro imprescindible de número de la academia bolviana de medicina, profesor emérito, jefe de departamento, presidente de la sociedad boliviana de pediatría, decano, presidente del colegio medico, presidente de la sociedad de editores de publicaciones medicas bolivianas, director de la division de post grado de la facultad de medicina de la UMSA, profesor asistente de pediatria en escuela de medicina de la universidad John Hopkins, hematologo, pediatra, clinico, investigador incorruptible atento e incansable maestro.

Su rutina comenzaba cerca de las 6 de la mañana en su rinconcito de sol en la biblioteca del hospital del niño y concluía cerca a la medianoche cuando conduciendo su clasica "Prado" con un enome "siticker" en el vidrio trasero que decia: Facultad de Medicina, UMSA, se dirigia a su domicilio privado a descansar.
En medio, ejercia con devocion su practica y docencia en numerosas instituciones publicas y privadas casi como un acto de necesidad, de devoción al niño, joven o adulto que solicitare su consejo y terapeutica, sin ninguna distincion de genero o clase social.

Y a pesar de semejante erudición, jamas le falto con sus pacientes, sus dirigidos o con alguno de sus "queridos estudiantes" una tenue sonrisa, un sabio consejo o algun palabra de aliento.

Se nos fue un virtuoso maestro, un aristócrata del conocimiento, noble e integro amigo, leal y generoso profesor, independiente e incorruptible colega.
Hasta la vista "jefe" no me queda la menor duda de que cuando nos toque estar fuera de este tiempo y espacio, lo encontraremos con el guarda polvo blanco impecablemente limpio y abotonado, el cuello de la camisa cerrado, la corbata bien anundada,15 minutos antes con la leccion muy bien preparada, velando afanosamente por nosotros, en su rinconito de sol en el cielo.”