No fue hasta esta mañana que en solitario, con los ojos humedecidos, arrodillado en el dintel de su sepultura, el sector dalias del cementerio Jardín me despedí silenciosamente de el.
Estaba fuera de
la ciudad, por esas cosas del fin de año, cuando las redes sociales nos
avisaron de su deceso.
Entre sollozos
me pregunte porque el mas consagrado medico boliviano, entiendo luego de un
accidente menor no pudo ser auxiliado por los tan numerosos especialistas en el
ramo que con absoluta certeza habrían sido sus estudiantes.
¿Acaso el cuadro
de Don Eduardo fue tan irreversible y definitivo, su deterioro tan rotundo, tan
absoluto que al menos un puñado de los mas súper especialistas en Neurocirugía
de alto vuelo que le rindieron pleitesía en vida, no pudieron ayudarlo?
Entendí que el
mismo habría elegido esa forma de pasar al mundo no visible. Luego de ver tanto
dolor, tanta pena, tanto desconsuelo, acaso decidió entrar en un sueño profundo
para nunca mas salir de el.
Entristecido
hasta el desconsuelo, antes de recibir el nuevo año hice una pequeña crónica
que transcribo extendida al final de esta nota, ya en la ciudad desde mi
escondite de palabras.
Mi relación
personal con el profesor Eduardo Aranda Torrelio fue fluida y estuvo llena de
frecuentes platicas y a menudo largos conversatorios donde casi siempre
abundaron de su parte las reflexiones y amonestaciones mas o menos en serio
para conmigo y para los médicos de toda mi generación. Nunca levantó la voz mas
allá del tono terso y pulido con el que hablaba.
Éramos
diametralmente opuestos. El era un sabio diurno rara vez percibido en su
totalidad, con un temperamento y una aptitud para el conocimiento medico
inusualmente visto y una sobriedad y sencillez que rayaba en el recato.
Intervino y
contribuyó en cuanta causa e institución publica le fue posible con una lucidez
que pocas veces a lo largo de mi vida tuve el honor de apreciar. Y yo siempre
fui un medico de inclinación privada, mimado por la suerte y la renombrada
reputación del nombre y la especialidad como el mismo me solía describir,
nocturno y trasnochador, amante de las
artes y las letras.
Pero a pesar de
aquello fuimos entrañables amigos. Tal vez unidos por una fuerza superior que
ninguno de ambos acabamos por entender nunca o quizás por que el solo fue un
extraordinario ser humano lleno de un señorío que hasta hoy aun admiro
profundamente y su inclinación por sus queridos estudiantes fue interminable.
Leí hace poco de
una de sus estudiantes: Hasta pronto Su Excelencia. Así fue.
Nos
encontrábamos a la salida de las centros hospitalarios privados donde ambos
visitamos nuestros pacientes, tarde por la noche y el siempre, con gran
generosidad, me invitaba a conversar dentro de su vehículo para no pasar frío
ni evitar que yo volviera a encender un cigarrillo que hacia desaparecer apenas
lo divisaba en el paisaje.
Algunas veces
nos acompañaba el Dr. Alcides Aparicio, búho de oficio como yo, pero que al
vernos juntos, rápidamente se escurría entre la noche porque sabia que la
charla era siempre una tribuna, casi un púlpito, donde Don Eduardo, comentaba
con autoridad sus memorias del día o del mes anterior como si él mismo, en un
extenso monólogo que me obligara intencionalmente a la permanente invitación a
pensar.
En los 30 o mas
minutos que conversábamos, el nunca permitió que le pasara un chisme ligero, un
rumor cizañero sobre tal o cual paciente o centro de salud y menos aun una
novelera habladuría maliciosa y fresca sobre algún colega.
Hasta donde
sabemos todos, mantuvo esa prohibición con cuantos amigos se le cruzaron en el
camino por mas de 40 años.
Mesurado,
prudente hasta circunspecto, su dialogo estaba siempre lleno de gran aplomo y
equilibrio, luego de las formalidades sociales en la que fue siempre
extremadamente atento, se daba el gusto de acribillarme de comentarios interminables,
casi en ráfaga, de cuantas novedades científicas había leído, odio o aprendido
en los últimos días, y sin que yo hubiera comprendido totalmente su lección,
pasaba a una nueva publicación con la que estaba fascinado tan rápidamente que
hasta el mas espabilado oyente quedaba aturdido sin tener el tiempo ni la
oportunidad de preguntar algún detalle que hubiere pasado inadvertido.
La tarea
consistía luego en revisar hasta donde alcanzaba la memoria sus fuentes
bibliográficas.
Jamás le vi perder
la compostura o exasperarse por ningún motivo o razón, ni emitir opinión
apresurada aun cuando estuviere frente a un paciente extremadamente delicado.
Curiosamente el
nunca hablaba de su propia vida personal, algún dato se filtró del colegio
Ayacucho donde fue un muy brillante alumno, de su rutilante paso por el
hospital Infantil de México, de la interminable lista de amigos, discípulos y
colegas que tenia por el mundo. Si hubo
algún medico, especialista de alto nivel, profesor boliviano conocido por el
mundo entero, fue sin duda Don Eduardo Aranda Torrelio.
Nunca tuve el
privilegio de conocer a su distinguida familia. Creo que muy pocos de nosotros
alcanzamos a ese derecho y a ese honor. Pero algún chascarrillo se le filtró
sobretodo sobre la niña de sus ojos: Su hija Teresa graduada con honores de la
Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago. La aproximación hacia su vida familiar
concluía siempre en la Avenida García Lanza, o en el edificio Jazmín, donde el solía vivir y hasta donde permitía
le acercaremos luego de algún evento a donde el acudía de muy buena
manera, rara vez sin su vehículo
Como escribí
alguna vez sobre el Maestro Jaime Laredo, creo que el estado, el colegio
medico, la Academia Nacional de Medicina, la Facultad de Medicina, la Sociedad
de Pediatría y otras cien o mas instituciones a las que el perteneció le deben
un homenaje, un tributo o alguna ofrenda que perpetúe su nombre a lo largo del
tiempo.
El siempre
permanecerá conmigo y con un gran numero de otras personas que lo amaban,
durante mucho tiempo.
Un talento inigualable, cordial, encantador ,
incomparable amigo
El adiós no es
posible “jefe” lo siento mucho, no
podremos dejar atrás su recuerdo.
Le queda un amigo, siempre presente en mi
memoria.
Esta es la cronica que escribí, casi a mano alzada cuando me enteré de su paso al cielo.
“Talvez no solo sea la
obra de los que amamos lo que los defina totalmente como seres humanos. En el
caso presente, quizas su obra sea (aunque gigantesca) lo menos trascendente.
Eduardo Aranda Torrelio se ganó hace mucho entre nosotros el único título que solo le dimos sus discipulos: El de honorabilisimo y monumental gran maestro de la medicina boliviana. Medico de medicos, profesor entre todos sus discipulos Porque todos en algun momento, en alguna circunstancia o en algun lugar, fuimos sus discipulos.
Eduardo Aranda Torrelio se ganó hace mucho entre nosotros el único título que solo le dimos sus discipulos: El de honorabilisimo y monumental gran maestro de la medicina boliviana. Medico de medicos, profesor entre todos sus discipulos Porque todos en algun momento, en alguna circunstancia o en algun lugar, fuimos sus discipulos.
Porque de sus labios solo irradió sabiduría
desde que tuvimos el honor de conocerlo hasta quizas el penultimo de sus
suspiros.
Porque ninguno de nosotros, aun con vida, se podra considerar fuera de esta clasificacion: Sus queridos "estudiantes"
Porque ninguno de nosotros, aun con vida, se podra considerar fuera de esta clasificacion: Sus queridos "estudiantes"
Y fue tan generoso que ninguno de nosotros,
los mas con el cabello nevado, le sacamos cana alguna.
El "jefe" como todos los
conociamos siempre se sintió tremendamende orgulloso de todos, aun de algunos
de nosotros que el silenciosamente consideraba "poco dignos" de
ejercer el oficio.
Y el termino dignidad siempre aludió a la capacidad exclusivamente intelectual de algun colega y nunca a cualquier rasgo genetico, racial, habito, forma de ser, vestir o expresarse de alguno de estudiantes, que le incomodara. Y solo pocos de los que lo conocimos con mas dedicacion y admirabamos su sapiencia caimos en cuenta por una brizna en su tono de voz, o la variacion en alguno de sus ademanes tan religiosamente pausados en su vida y en su practica diaria, de que algo le incomodaba.
Y el termino dignidad siempre aludió a la capacidad exclusivamente intelectual de algun colega y nunca a cualquier rasgo genetico, racial, habito, forma de ser, vestir o expresarse de alguno de estudiantes, que le incomodara. Y solo pocos de los que lo conocimos con mas dedicacion y admirabamos su sapiencia caimos en cuenta por una brizna en su tono de voz, o la variacion en alguno de sus ademanes tan religiosamente pausados en su vida y en su practica diaria, de que algo le incomodaba.
Porque este gran señor ejerció, practicó,
enseñó y predicó un estilo de vida alumbrando el camino de sus pacientes y
colegas por los ultimos 40 años con un amor al projimo, una autoridad y una
sapiencia que tal vez imaginamos existia solo en alguna alegoria de los
perceptores o en los filósofos de las ciencias o de las artes, con un señorio
pocas veces visto.
Miembro imprescindible de número de la academia
bolviana de medicina, profesor emérito, jefe de departamento, presidente de la
sociedad boliviana de pediatría, decano, presidente del colegio medico,
presidente de la sociedad de editores de publicaciones medicas bolivianas,
director de la division de post grado de la facultad de medicina de la UMSA,
profesor asistente de pediatria en escuela de medicina de la universidad John
Hopkins, hematologo, pediatra, clinico, investigador incorruptible atento e
incansable maestro.
Su rutina comenzaba cerca de las 6 de la
mañana en su rinconcito de sol en la biblioteca del hospital del niño y
concluía cerca a la medianoche cuando conduciendo su clasica "Prado"
con un enome "siticker" en el vidrio trasero que decia: Facultad de
Medicina, UMSA, se dirigia a su domicilio privado a descansar.
En medio, ejercia con devocion su practica y docencia en numerosas instituciones publicas y privadas casi como un acto de necesidad, de devoción al niño, joven o adulto que solicitare su consejo y terapeutica, sin ninguna distincion de genero o clase social.
En medio, ejercia con devocion su practica y docencia en numerosas instituciones publicas y privadas casi como un acto de necesidad, de devoción al niño, joven o adulto que solicitare su consejo y terapeutica, sin ninguna distincion de genero o clase social.
Y a pesar de semejante erudición, jamas le
falto con sus pacientes, sus dirigidos o con alguno de sus "queridos
estudiantes" una tenue sonrisa, un sabio consejo o algun palabra de
aliento.
Se nos fue un virtuoso maestro, un aristócrata
del conocimiento, noble e integro amigo, leal y generoso profesor,
independiente e incorruptible colega.
Hasta la vista "jefe" no me queda
la menor duda de que cuando nos toque estar fuera de este tiempo y espacio, lo
encontraremos con el guarda polvo blanco impecablemente limpio y abotonado, el
cuello de la camisa cerrado, la corbata bien anundada,15 minutos antes con la
leccion muy bien preparada, velando afanosamente por nosotros, en su rinconito de
sol en el cielo.”
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