jueves, 22 de septiembre de 2016

MATILDE CAZASOLA. LA TROVA DE LOS ANGELES




A finales de la década de los ochenta, embelesado por los aires de gloria que exhalaba la peña “Naira” en la calle Sagarnaga, puede verla y escucharla. De voz firme, entera, de manos finas y bien cuidadas y unos imprescindibles anteojos, Matilde Casazola Mendoza.                        
Yo era un muchacho, recuerdo que con enorme indulgencia Don Rolando Costa Arduz, me contó que entre esas mesas habían compartido la vida Ernesto el “Che” Guevara, Regis Debray, Violeta Parra, Alfredo Domínguez, Inés Córdova, Deifilia del Carpio, Luis Rico, Gil Imana, Enrique Arnal, el maestro Jorge Medina, Lorgio Vaca. Marcelo Quiroga Santa Cruz, Ricardo Pérez Alcalá, Moisés Chire Barrientos, Julio de la Vega, Coco Manto, Jaime Saenz, Ernesto Cavour, Luzmila Carpio, Carlos Palenque Avilés y decenas de otros que fácilmente exceden mi memoria
                                                                                                                                              
Al pasar, Don “Pepe” Ballon que era el patrón en el lugar, cigarrillo en mano, ya con el pelo cano y su inconfundible boina me acarició la cabeza como se palmotea a un niño en el kínder de la vida. Algunos de ellos habían dado recitales en el lugar, los otros engalanaron el ambiente con su presencia y llevaron el nombre de “Naira” por el mundo entero. Doña Matilde, había llegado desde Sucre, hacen unos años, “Naira” se enorgullecía de que diera allá su primer concierto y grabado su primer disco.
Mucho tiempo después, y estos días, en ocasión de la pasada feria del libro, tuve el privilegio de volver a verla y escucharla. En pocos minutos las personas cerca de ella, caen en cuenta de la gigantesca sensibilidad que lleva dentro. Un inmenso gozo y una melancolía errante se apoderan de su voz.  Su relato de estos días comienza con algunas palabras de su abuelo el historiador, poeta, geógrafo y medico Don Jaime Mendoza Gonzales. El “Gorki boliviano”. Recibió asombrada mis relatos sobre de mi fascinación con su obra cumbre “El Macizo Boliviano”, la mas completa descripción geografía de Bolivia y sus habitantes, de la amistad de Don Jaime con Alcides Arguedas y con Franz Tamayo de quienes mi abuelo fuera secretario privado; de su impresionante trayectoria al mando del “Hospital de Dementes” en Sucre y de mi visita a su tío Don Gunnar Mendoza Loza quien fuera director del Archivo nacional desde 1944 en Sucre y al que conocí de la mano de mi padre, extasiado por su obra y sus historias sobre fray Bartolomé de las Casas, una inolvidable tarde de octubre.

Me contó de su único matrimonio con el artista argentino Alexis Antiguez, de la espeluznante golpiza de la policía argentina al encontrarla indocumentada que casi la deja ciega, de su maestro español, Don Pedro García Rimpoll en la normal de Sucre, de su discípula sueca Gitte Pålsson quien inmortalizó su obra en castellano y en sueco. Me enseño sus manuscritos con tinta oscura y clara, parte de su enorme obra poética inédita, su pentagrama luminoso y algunos de sus primeros y su últimos discos.                                                                               
Habló sin detenerse de su profundo dolor al enterarse desde el aeropuerto de El Alto (llegaba esa mañana del golpe de Sucre en un vuelo comercial del LAB) de la desaparición de Marcelo Quiroga Santa Cruz, de su cercanía diaria por mas de una año con su viuda, hasta que Doña Cristina le pidió que retornara a su casa en Sucre porque no había nada mas por hacer en su interminable búsqueda que dura hasta el día de hoy.
Esa tarde con irrenunciable ternura me enseño su guitarra viajera. Hasta ahora solo tuve dos guitarras, me contó, la primera, que me la hizo Pedro Fernández, me duró 30 años y se llamaba “Estrella”. La segunda es “Luna”, me acompaña desde hace 10 años, es una Yamaha. Ellas tienen alma. Yo no soy cantante, soy cantora. Voy expresando en las letras temas profundos. Este hecho no fue muy entendido. Siempre mostré la canción poética porque la música es mi destino. Si viajo y no la llevo -asegura sobre su inseparable guitarra- me siento físicamente mal. Ya siento que le falto, estoy como mutilada. Y continuó: El artista suele hacer una trampa al mundo. Él hace su arte para sí mismo, para desarrollarse como ser completo y al mismo tiempo realiza otro oficio paralelo para no traicionar a su arte. Pese a todo, en el corazón de la gente siempre hay un espacio para el arte más íntimo, más secreto y más auténtico, porque es el que quizás captura más el alma de las personas. Las otras expresiones son emociones más bien un poco exteriores: de ritmo, movimiento, grito…, pero cuando llega el momento en que uno se retrae en sí mismo busca un lenguaje más sencillo y lo encuentra en la poesía"

No hay mucho mas que decir, con un nudo en la garganta y un interminable abrazo, la dejamos descansar. Nos dejó el alma llena de aromas entrañables. Hasta la próxima Doña Matilde, que Dios preserve su canto.